Llegué a los 30 con un nivel de stress inimaginable. Un laburo que me consume en vida y además tener que hacer de ama de casa los fines de semana, en lugar de dedicarme a rascarme las bolas que no tengo, porque también se me dio por irme a vivir sola.
¿Qué fue lo mejor que pude hacer para descomprimir un poco? Me empecé a garchar a un pendejo de la oficina.
Sí. Así, tal cual como lo leen.
Error 1: Nunca te garches pendejos
Error 2: Nunca te garches pendejos que tenes que ver todos los días
Error 3: Nunca te garches pendejos que tenes que ver todos los días y encima se te enamoran.
Lo peor de todo no es esto. Lo peor de todo es que en algún momento, esa parca silenciosa y paciente llamada Soledad, se apoderó de mi pobre cerebro limado, lo mimó, lo acurrucó y lo sedujo hasta hacerlo pensar que era una buena idea (escuchate esta!) “Darle una oportunidad al pendejo”
A ver, a veerrrr, a veeeeeeeeeeeeeeeeerrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrr!!!!!!!!!!! A qué ser sub normal se le puede llegar a ocurrir que era una buena idea pensar en “darle una oportunidad a un pendejo que ves todos los días en la oficina”????????????????? Bueno a mí.
Y qué pasó? Lo que era obvio que iba a pasar.
En cuanto a mí me empezaron a agarrar los brotes psicóticos de amor y empecé a hacer cosas realmente ridículas como mandarle mensajes románticos estando de vacaciones, invitarlo a mi casa, cocinarle y después prepararle el desayuno, al pendejo se le fue el amor y se consiguió a otra.
Así de fácil, rápido, simple y sencillo.
Pero sigue ahí, a escasos 2 metros de mí, durante 8 horas, 5 días por semana.
Y acá estoy yo, un sábado, despertándome a las 5 de la mañana con un corso de contramano en mi cabeza, con unas ganas terribles de andar en bicicleta pero sin tener bicicleta, así que resignándome y disponiéndome a salir a caminar por los barrios porteños un sábado a las 7 de la mañana.
Increíble. No dejo de sorprenderme de mi misma.
Cada vez me perfecciono un poco más en el arte de pensar con el orto.